El reconocimiento de los Dólmenes de Antequera como “Patrimonio de la Humanidad”, tiene una vital importancia porque revierte también en el “paisaje territorial” que provocó dicha construcción en su entorno colindante del Torcal y principalmente en la “Peña de los Enamorados”, desde donde habría que entender también la presencia de los Dólmenes en su relación no sólo con la “escala urbana” de la ciudad sino principalmente con su “escala territorial”. La importancia del “lugar” en donde se ubica la ciudad, entre el fértil Valle de la Vega y la espectacular Sierra del Torcal, confieren a Antequera esa consolidación de “ciudad de encuentros” que se constituye en su principal y más atractiva característica. No fue una casualidad que la salida del Sol desde el emblemático y mágico hito de la “Peña de los Enamorados”, frontera entre el valle y la montaña, señalara el “lugar” elegido para instaurar sus más antiguos vestigios de existencia con los importantes monumentos megalíticos de los Dólmenes de Antequera. Y tampoco es casual, que los diferentes desarrollos de la ciudad se hayan venido apoyando sobre este abstracto y mágico eje definido por aquel rayo de Sol naciente desde su principal hito paisajístico de la “Peña de los Enamorados” siguiendo con una sorprendente exactitud la también mágica directriz marcada por dicho eje, y sin que a lo largo de más de cinco mil años el enclave de los dólmenes se hubieran dejado de usarse hasta la actualidad como enterramientos sagrados de sus pobladores. Son precisamente estas características las que habría que destacar como excepcionales y únicas en la cultura mundial megalítica.
Los Dólmenes de Antequera, un acontecimiento territorial
La importancia del reconocimiento de los Dólmenes de Antequera como “Patrimonio de la Humanidad” declarado recientemente por la UNESCO, tiene una vital importancia porque revierte también en el “paisaje territorial” que provocó dicha construcción en su entorno colindante del Torcal y principalmente en la “Peña de los Enamorados”, desde donde habría que entender también la presencia de los Dólmenes en su relación no sólo con la “escala urbana” de la ciudad sino principalmente con su “escala territorial”. La importancia del “lugar” en donde se ubica la ciudad, entre el fértil Valle de la Vega y la espectacular Sierra del Torcal, confieren a Antequera esa consolidación de “ciudad de encuentros” que se constituye en su principal y más atractiva característica. No fue una casualidad que la salida del Sol desde el emblemático y mágico hito de la “Peña de los Enamorados”, frontera entre el valle y la montaña, señalara el “lugar” elegido para instaurar sus más antiguos vestigios de existencia con los importantes monumentos megalíticos de los Dólmenes de Antequera. Y tampoco es casual, que los diferentes desarrollos de la ciudad se hayan venido apoyando sobre este abstracto y mágico eje definido por aquel rayo de Sol naciente desde su principal hito paisajístico de la “Peña de los Enamorados” siguiendo con una sorprendente exactitud la también mágica directriz marcada por dicho eje, y sin que a lo largo de más de cinco mil años el enclave de los dólmenes se hubieran dejado de usarse hasta la actualidad como enterramientos sagrados de sus pobladores. Son precisamente estas características las que habría que destacar como excepcionales y únicas en la cultura mundial megalítica.
Este acontecimiento “territorial” de la presencia del Conjunto de los Dólmenes de Manga, Viera y del Romeral, fue ampliamente desarrollada en la primera revisión del Plan General de Ordenación de Antequera de 1996 (especialmente en su “Libro del Avance” de julio de 1993), en donde a modo de introducción general se indicaba que “fue en un solsticio del cuarto milenio antes de la era cristiana, cuando el dios Sol salió por Antequera a través de la gran Peña señalando el “lugar” donde se asentaría la ciudad. Durante cientos de ciclos, las gentes de los pueblos y clanes allí reunidos habían peregrinado a aquel lugar para celebrar, en su noche más corta, el rito de la renovación de la Tierra y a presenciar el despertar del Titán. Pero aquel amanecer significaba no solo la renovada consagración del “sitio”, sino la primera instauración del Gran Templo dolménico construido en aquel lugar. Templo y morada de los que viajan, como el Sol, de la luz del día a la oscuridad de la noche, del calor de la vida al frío de la muerte. Por fin, y precedido por miles de alientos contenidos, la luz salió de la boca del “Dormido” (para los mayores, o de los “Enamorados” para los jóvenes, o del “Indio” para los niños) y en un solo rayo instantáneo iluminó el interior de la gran obra del Hombre. Los pueblos y clanes quedaron sobrecogidos por tal maravilla. La obra de los Hijos de la Tierra quedaba marca para siempre por la Luz del Dios Sol. El trabajo ordenado y paciente de cientos de ellos a lo largo de tantos ciclos, quedaba por fin recompensado con la exacta presencia del Sol en el lugar señalado…”.
Esta característica “territorial y paisajística” del Conjunto de los Dólmenes en su relación con la Peña de los Enamorados, y las consecuencias ancestrales de su capacidad de ubicar no sólo la ciudad sino también las trazas territoriales de sus principales infraestructuras, es un hecho que las distingue y aporta una excepcional singularidad a cualquier otra referencia mundial. Por ello, destacar esta singular y mágica posición de los Dólmenes respecto a su territorio y a las referencias geográficas en su relación con mágicos elementos meteorológicos del Sol, constituyen a mi entender una de las más importantes características que aportan los Dólmenes de Antequera a su historia y a la cultura mundial en la que se acaba de reconocer. Y por ello, ya en 1993 en el documento del “Libro del Avance” de la Revisión del Plan General de Antequera se destacaba esta excepcional característica de los Dólmenes en el entendimiento no solo “urbano” sino también “territorial” de la Ciudad de Antequera. Precisamente puedan suponer estas características tan excepcionales de la existencia de los Dólmenes, las que nos sugiera entender la Ciudad de Antequera más que una ciudad cerrada como un ilusionante “territorio”. La contemporaneidad de la ciudad se encuentra precisamente en la realidad de su territorio, en la superación respetuosa de la influencia competitiva de la ciudad histórica integrándola en un continuo proyecto de futuro. Y de aquí el reconocimiento de la modernidad conceptual que aportan la presencia de los Dólmenes, al haber sido el principio y referencia del desarrollo urbano de una ciudad y de la ordenación de su territorio.
Queda ahora una asignatura pendiente en este reconocimiento de “Patrimonio de la Humanidad” por parte de la UNESCO, que sería precisamente recomponer esta idea de la relación de los Dólmenes con el paisaje urbano y territorial que fue la “razón y ser” de su existencia. Y ello pasa por recomponer su “paisaje” relacional con esos elementos geográficos de las escalas urbanas y territoriales de la Ciudad de Antequera, y también por reconducir aquella actuación de la edificación museística colindante que no tuvo en consideración estas reflexiones. Ahora podría ser una buena excusa para corregir su excesiva escala construida y adecuarla a ese “vacío paisajístico” que exige el recinto monumental de los Dólmenes para establecer este necesario diálogo con el paisaje urbano y territorial al que precisamente dio lugar su existencia.
José Seguí Pérez. Arquitecto.
Imágenes del “Libro del Avance” del PGO de Antequera
de 1996, planteando la acción de los Dólmenes en las
escalasurbanas y territoriales de la Ciudad.